abril 20, 2010

Los Tres (parte 1)

Recién levantada, con los ojos hinchados de tanto llorar, las ojeras como dos pozos negros bajo sus ojos azules y los cabellos desgreñados escapándose del moño severo en todas las direcciones posibles, prepara el desayuno bajo el incesante goteo de la lluvia que parece cantar sus dolores. Esa lluvia se cuela a través del techo, las paredes, y penetra en los colchones, la ropa, la piel, calando los huesos y el corazón. Todo está frío, hasta sus ganas de vivir.

Alguna vez fue una princesa. Una linda doncella de ojos claros y cabellos rubios, que esperaba, soñadora, a que su príncipe azul llegara montado en un corcel. Y como princesa soñó con ser una reina, y ahora sobre lo único que puede reinar es el montón de cartones que tapa las paredes de madera agujereada que hacen su casa. Eso y las tres almas que respiran agitadas sobre la única cama que hay en la inestable morada.

Y sigue preparando el desayuno, unas migas de pan que sobraron del día anterior al de ayer, una bolsa de té tan mojada por las lágrimas y el uso que ya apenas da algo de color, y sólo la esperanza de compañía. Así se sienta en un banco cojo, al lado de una mesa de tres patas sobre la cual hay un mantel con tres manchas redondas, quizás por las goteras, quizás son los dibujos de sus niños que no tiene más papel que una vieja mesa de madera y un tosco lápiz de carbón. Los ojos azules se llenan de lágrimas una vez más, aunque ella ya no recuerda si son de felicidad o de tristeza, qué diferencia hay. Qué importancia tiene en realidad.

Lentamente despierta a sus hijos, y los tres la miran desorientados. Quizás todavía no se acostumbran al nuevo hogar, piensa ella, o quizás estaban soñando con suculentos banquetes servidos en platos de oro y copas de cristal, o con paseos bajo la luz de la luna en alfombras voladoras, o viajes al espacio y otras cosas, nadie sabe como funciona la imaginación de los niños, piensa. Y también piensa, a lo mejor es una pesadilla, y le da mucha pena no poder protegerlos también en los sueños, pero es que el poder de una madre no llega tan lejos.

Mientras los viste les cuenta su historia, que trata de viajes al pasado y fiestas de alta sociedad. Yo viajé en un cohete, les cuenta, y tan rápido íbamos, mi madre, mi padre, mi hermana y yo, que de pronto nos encontramos en la época de los dinosaurios, y nos dio tanto miedo, tanto miedo, que lo único que le pedíamos al de arriba era que nos protegiera, porque eran unas bestias tremendas de grandes. Todo eso les dice, y trata de hablarles bien para que aprendan, y estudien y consigan un trabajo, y no tengan que levantarse como ella, años más tarde, sabiendo que tiene que regalarlos, porque ella no es capaz de cuidarlos. Regalarlos, o adaptarlos, no se acuerda bien de cómo se dice, pero al fin y al cabo, qué importancia tiene eso en realidad.

Y esos tres pares de ojos, claros como los de ella, la miran atentamente, soñando despiertos. Entonces ella los mira y su corazón se llena de felicidad y orgullo, porque los tres tienes sus tres corazones latiendo fuerte, y sus tres “celebros” funcionando bien, y los tres la aman a pesar de que ni ella puede amarse.

Los sienta en tres bancos de madera, medio podridos, medios húmedos, y les sirve leche en tres tazones de plástico distintos, que algún buen samaritano decidió regalarle alguna vez. Saca los últimos tres trozos de pan guardado, mientras ella se arregla el cabello y se moja la cara para despertarse.

2 comentarios:

Pulgatita dijo...

más más más...

Joaquín Castro dijo...

nooo...










...me llena los ojos de lagrimas



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