septiembre 29, 2011

Overcompensation

Todo es culpa de la maldita autoexigencia. No estar nunca conforme con lo que se tiene o con lo que se logra, nunca aceptar nada que no sea perfección. Añorar la perfección, buscarla desesperadamente, frustrarse inmensamente cuando te das cuenta que nada en esta vida es perfecto, pero seguir plenamente convencido de que quizás tú seas la excepción de la regla.
Suena egotista, ¿cierto? Lo triste es que no lo es. No es una costumbre que fortalezca o reafirme el ego, tampoco es algo que nazca de un ego muy grande. Es algo que nace más bien de la inseguridad, de la inconformidad, de una línea de pensamiento que siempre termina en culpa, en saber que pudiste haberlo hecho mejor (siempre puedes hacerlo mejor) y te deja con la sensación de que no eres lo suficientemente bueno. Nunca lo eres.
Porque, claro, te lo acepto, la manía de autoexigirse te lleva a hacer cosas brillantes de vez en cuando, a lograr una meta, a ser "lo más bueno" dentro de cierto grupo. Pero una persona inconforme es inconforme toda su vida, aún en los momentos cúlmines: siempre intenta sabotear sus éxitos porque en el fondo sabe que si termina su autoexigencia, su existencia en este mundo vale una mierda.
Eso no impide que lo intente con todas sus fuerzas: conformarse, engañarse, decirse a sí mismo: "no me importa, es sólo una situación, una circunstancia, es sólo un amor, son sólo amigos, sólo una nota, sólo un funeral, sólo una..."- y una infinidad de otros absurdos desprecios. Como si decir muchas veces que algo no te importa fuese a transformar la realidad en algo bueno.
Lo peor es que una persona autoexigente, dentro de su autoexigencia, desarrolla una "habilidad analítica saboteadora" que lo hace cuestionar todo lo que dice, siente o piensa. Así -y esto es lo más triste de todo-, hasta cuando se dice a si mismo que algo no le importa se cuestiona si lo dice en serio o es su subconsciente escondiendo su fracaso, entonces entiende que lo que dice es mentira y una mentira lleva a la otra, nace la maldita confusión, la culpa, y finalmente concluye con una gran muralla de frialdad y la incapacidad de sentir NADA.
¿Cómo se llega de exigirse mucho a no sentir? Fácil. Es el miedo al fracaso. Uno deja de confiar en sus habilidades, termina siendo su propio juez, casi con un estilo militar y comienza a subestimarse. La subestimación es la herramienta de los autoexigentes para bajar la vara, para evitar decepciones. Si uno subestima sus habilidades, tiene miedo de emprender cualquier empresa. El que no juega, no pierde y el que no pierde es feliz, feliz hasta que se da cuenta que en realidad no es felicidad lo que siente (nunca lo será) sino mas bien una extrema insensibilidad frente lo que sucede a su alrededor.

septiembre 23, 2011

Desconexión

Tenía epilepsia, esquizofrenia y también un cable que nacía de su cabeza. El cable salía directamente de su cerebro, a través de un agujero que traspasaba el cuero cabelludo, luego el cráneo, luego la cúpula gris llena de pliegues hasta llegar a esa sustancia color queso, siempre tibia y blanda. El cable era una conexión directa a su pensamiento, a su alma, eso creía él al menos.
Entonces, para descubrir qué se sentía ser alguien normal, para entender para qué mierda le servía ese cable que tenía dos patas metálicas como cualquier otro cable, Joaquín decidió enchufar su cerebro a la corriente.
Luego de una rápida descarga que lo dejó con los pantalones meados y una taquicardia severa, pudo por fin llegar a la conclusión que no siempre es bueno estar "enchufado".

septiembre 07, 2011

Llenar de defensas al corazón puede ser peligroso. Entregarse a no sentir es entregarse a la rutina de conocer amores de una noche con su correspondiente depresión de la mañana siguiente. “¿Para qué lo hice?” se vuelve tu gag. El problema es que sabes porque lo hiciste: lo hiciste porque es más fácil, cómodo. No hay muchas vueltas.
“¿Para qué lo hice?”. Lo hiciste para que no sepa cuál es tu banda favorita y te regale un disco que no tenes. Lo hiciste para que no sepa que pedir por vos cuando van a comer a algún lado o cual es el regalo perfecto para tu cumpleaños aunque falten once meses. Lo hiciste porque no querías pasarle tu Facebook y que investigue cuál es tu película favorita para invitarte a verla a su casa una noche de lluvia. Lo hiciste porque te prometiste no volver a caer en todas esas cosas que te parecen asquerosamente patéticas pero que extrañas horrores.

http://imaginarparatransformar.tumblr.com/post/9858386707/llenar-de-defensas-al-corazon-puede-ser-peligroso




Voces

Cuando te mates, me dijeron, procura ser cuidadoso. Cuando te ahorques, amarra la cuerda alrededor de tu cuello, por sobre la manzana de Adán. ¿La manzana de Adán? Sí, sí, esa especie de protuberancia que se bambolea hacia arriba y abajo cada vez que tragas o cada vez que lloras. ¿La tocaste? Procura que la cuerda quede por encima, ni muy suelta ni muy apretada, no vaya a ser que te arrepientas. Pero qué digo, ¡ja! ¡ja!, no puedes arrepentirte, va en contra de las normas. ¿Como que qué normas? Las reglas de un buen suicida, el manual que te entregamos, ¿ya lo olvidaste? No tienes que olvidar, por algo te quieres ahorcar, por algo te quedaste estancado. Eres incapaz de olvidar. Incapaz. ¿Arrepentirse? Qué ridículo, ni siquiera lo intentes. Ni siquiera lo intentes.
Como te decía, amarra la cuerda por encima de la manzana. No debajo de la manzana, no quieres dar pena. No quieres que en el momento en que tu cuerpo caiga como un latigazo (más pesado y más torpe por el aire rancio, la gravedad y la cercanía de la muerte), tu lengua salga disparada, ¡BAM!, azuloza, vomitiva, burlezca. ¡Qué muerte más indigna! No quieres eso, nosotros tampoco lo queremos. No lo queremos, no lo queremos. Tienes que confiar.
Acerca de la cuerda... hay nudos especiales para realizar estos procedimientos. Procura, entonces, saber como hacerlos. Son a prueba de tontos y a prueba de cobardes. De esos nudos buenos y resistentes, para no fallar, no tener que hacer segundos intentos. ¿La cuerda? Es lo de menos. Con un buen nudo basta, un buen nudo. Es la clave.
Finalmente, encuentra tu lugar. Huélelo. Siéntelo, toca el aire, tiene que estar caliente, pegajoso. Todos tenemos un lugar para matarnos. ¿Nadie te lo había dicho? La gente no suele decir esas cosas, pero todos nacemos sabiéndolo. Es como nuestra garantía o nuestro servicio técnico. Ayuda definitiva. Las personas lo ocultan porque la vida sería muy fácil, muy corta, muy eficiente. Eso no le gusta a las masas.
Volviendo a lo nuestro, disculpa que me desvíe del tema... ¿en qué estabamos? Sí, claro, cuando encuentres tu lugar, acerca un banco y amarra la base de la cuerda a una estructura relativamente firme. No te preocupes, habrá una. Tu lugar es sabio, sabrá proveerte de lo que necesitas. Entonces, amarras la cuerda, te subes al banco, con mucho cuidado y delicadeza, mantén el equilibrio, no quieres morir muy pronto... ¡cuidado! ¡sujétate, mantén el equilibrio, no hemos terminado aún! ¡no nos calles, no nos mates, nosotros no tenemos la cul........................................................................................................................................................ Demasiado tarde.

septiembre 01, 2011

Los Realistas

Si alguien me preguntara si creo en el amor, diría que mi visión es un poco pesimista. "No creo que existe, pura química, reacciones fisiológicas, desilusión, felicidad, complicidad, qué se yo". Puro bla bla para rellenar, para explicarme, para lograr respoder una pregunta que (por fin me doy cuenta) creo que está mal planteada.
En primer lugar, no se puede preguntar sobre el amor en si, si no se pregunta también sobre la vida. Es más, para preguntar sobre el amor hay que preguntar sobre la vida, un término más amplio, porque el "amor", aún entendido bajo el cariz romanticón y siútico que se usa hoy en día, es: a)la "razón" de la vida y/o b)el camino para su permanencia. Hablar de amor es hablar de vida, sea cual sea el significado que tenga para quién sea.
En segundo lugar, y aceptando este planteamiento que involucra tanto a romanticones como a pesimistas, podemos encontrar una tercera corriente, y a mi juicio, la más acertada: los "realistas". Y es a ellos a quién van dedicadas estas líneas.

Para ellos, todo radica en un tema de conceptos. Ser realista no significa "aceptar la realidad", significa reconocer que ésta no existe. Todo lo que conocemos como "real" no es más que una mera percepción, algo sentido por nuestro organismo que se interpreta en nuestro cerebro y se traduce a datos químicos que plantean una "verdad" subjetiva. En otras palabras, podemos decir (y con bastante certeza) que el color verde en realidad es verde puesto que nuestro cerebro lo ve como verde, pero nada asegura que lo que tú conoces como verde sea en realidad de ese color, incluso que aquello que se ve y se reconoce como "algo" de color "verde" exista, más aún, no es posible asegurar que existan esos "algos" o "colores" en general.
Por lo tanto, no hay afirmaciones concretas que sean a la vez correctas, por más tangible que sea su contenido. Decir que existe el amor (o la vida) es, entonces, una valoración subjetiva de un estímulo que no es real (y nunca lo será, pues real es una palabra semánticamente insostenible según lo anterior), de un estímulo irreconocible del cual sólo podemos suponer un origen: Dios, Jehová, El Secreto, Karma...; todo esto claro, basándonos en la teoría de que hubo un origen y de que este fue, en efecto, "real".


Podríamos decir entonces, si obviamos los problemas de semanticidad que estas palabras llevan en sí mismas por ser una mera convención que percibo como tal, que mi vida es tan tangible como el aire. ¿Existe el amor, entonces? ¿Importa realmente? Después de todo, no existen los hechos. No existe la realidad.