Todo es culpa de la maldita autoexigencia. No estar nunca conforme con lo que se tiene o con lo que se logra, nunca aceptar nada que no sea perfección. Añorar la perfección, buscarla desesperadamente, frustrarse inmensamente cuando te das cuenta que nada en esta vida es perfecto, pero seguir plenamente convencido de que quizás tú seas la excepción de la regla.
Suena egotista, ¿cierto? Lo triste es que no lo es. No es una costumbre que fortalezca o reafirme el ego, tampoco es algo que nazca de un ego muy grande. Es algo que nace más bien de la inseguridad, de la inconformidad, de una línea de pensamiento que siempre termina en culpa, en saber que pudiste haberlo hecho mejor (siempre puedes hacerlo mejor) y te deja con la sensación de que no eres lo suficientemente bueno. Nunca lo eres.
Porque, claro, te lo acepto, la manía de autoexigirse te lleva a hacer cosas brillantes de vez en cuando, a lograr una meta, a ser "lo más bueno" dentro de cierto grupo. Pero una persona inconforme es inconforme toda su vida, aún en los momentos cúlmines: siempre intenta sabotear sus éxitos porque en el fondo sabe que si termina su autoexigencia, su existencia en este mundo vale una mierda.
Eso no impide que lo intente con todas sus fuerzas: conformarse, engañarse, decirse a sí mismo: "no me importa, es sólo una situación, una circunstancia, es sólo un amor, son sólo amigos, sólo una nota, sólo un funeral, sólo una..."- y una infinidad de otros absurdos desprecios. Como si decir muchas veces que algo no te importa fuese a transformar la realidad en algo bueno.
Lo peor es que una persona autoexigente, dentro de su autoexigencia, desarrolla una "habilidad analítica saboteadora" que lo hace cuestionar todo lo que dice, siente o piensa. Así -y esto es lo más triste de todo-, hasta cuando se dice a si mismo que algo no le importa se cuestiona si lo dice en serio o es su subconsciente escondiendo su fracaso, entonces entiende que lo que dice es mentira y una mentira lleva a la otra, nace la maldita confusión, la culpa, y finalmente concluye con una gran muralla de frialdad y la incapacidad de sentir NADA.
¿Cómo se llega de exigirse mucho a no sentir? Fácil. Es el miedo al fracaso. Uno deja de confiar en sus habilidades, termina siendo su propio juez, casi con un estilo militar y comienza a subestimarse. La subestimación es la herramienta de los autoexigentes para bajar la vara, para evitar decepciones. Si uno subestima sus habilidades, tiene miedo de emprender cualquier empresa. El que no juega, no pierde y el que no pierde es feliz, feliz hasta que se da cuenta que en realidad no es felicidad lo que siente (nunca lo será) sino mas bien una extrema insensibilidad frente lo que sucede a su alrededor.
Suena egotista, ¿cierto? Lo triste es que no lo es. No es una costumbre que fortalezca o reafirme el ego, tampoco es algo que nazca de un ego muy grande. Es algo que nace más bien de la inseguridad, de la inconformidad, de una línea de pensamiento que siempre termina en culpa, en saber que pudiste haberlo hecho mejor (siempre puedes hacerlo mejor) y te deja con la sensación de que no eres lo suficientemente bueno. Nunca lo eres.
Porque, claro, te lo acepto, la manía de autoexigirse te lleva a hacer cosas brillantes de vez en cuando, a lograr una meta, a ser "lo más bueno" dentro de cierto grupo. Pero una persona inconforme es inconforme toda su vida, aún en los momentos cúlmines: siempre intenta sabotear sus éxitos porque en el fondo sabe que si termina su autoexigencia, su existencia en este mundo vale una mierda.
Eso no impide que lo intente con todas sus fuerzas: conformarse, engañarse, decirse a sí mismo: "no me importa, es sólo una situación, una circunstancia, es sólo un amor, son sólo amigos, sólo una nota, sólo un funeral, sólo una..."- y una infinidad de otros absurdos desprecios. Como si decir muchas veces que algo no te importa fuese a transformar la realidad en algo bueno.
Lo peor es que una persona autoexigente, dentro de su autoexigencia, desarrolla una "habilidad analítica saboteadora" que lo hace cuestionar todo lo que dice, siente o piensa. Así -y esto es lo más triste de todo-, hasta cuando se dice a si mismo que algo no le importa se cuestiona si lo dice en serio o es su subconsciente escondiendo su fracaso, entonces entiende que lo que dice es mentira y una mentira lleva a la otra, nace la maldita confusión, la culpa, y finalmente concluye con una gran muralla de frialdad y la incapacidad de sentir NADA.
¿Cómo se llega de exigirse mucho a no sentir? Fácil. Es el miedo al fracaso. Uno deja de confiar en sus habilidades, termina siendo su propio juez, casi con un estilo militar y comienza a subestimarse. La subestimación es la herramienta de los autoexigentes para bajar la vara, para evitar decepciones. Si uno subestima sus habilidades, tiene miedo de emprender cualquier empresa. El que no juega, no pierde y el que no pierde es feliz, feliz hasta que se da cuenta que en realidad no es felicidad lo que siente (nunca lo será) sino mas bien una extrema insensibilidad frente lo que sucede a su alrededor.