Suena descabellado, lo sé, pero los asesinatos siempre lo son. Antes de que me juzguen y me consideren un lunático de canas ralas, deben dejarme contarles mi historia. Es más, me siento en el derecho de exigirles que me escuchen atentamente y con discreción, porque pronto entenderán que mis actos no fueron fortuitos, locos, y menos, caprichosos, y se morderán la lengua hasta sacarse sangre por haberse atrevido a esbozar un juicio contra mi persona.
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